jueves, octubre 22, 2020

La búsqueda del ikigai y del kodawari

Lo vi en la librería y me llamó la atención, por la calidad de publicación, tanto del magnífico empaste como de su diagramación e impresión. Así funcionan los libros. Son (con perdón de mi kindle) objetos materiales, e interactúan con el ser humano por medio de varios de nuestros sentidos: se deben ver, oler y tocar. 

Su título: "Shiawase-dô. Los 15 principios japoneses hacia una vida plena y feliz" (Zenith, 2019). Su autor: Alex Pler, librero y escritor español, viajero frecuente de las islas de Japón, admirador de su cultura y tradiciones. 

Insisto: lo que me atrajo fue el libro-objeto, y por ello comencé a leer en la misma librería, y lo que leí me atrajo también. No tengo especial relación con la cultura japonesa, pero sí me gusta aprender otros conceptos e ideas, propios de modos de vida muy distintos al mío. Así que lo compré. He comenzado a leerlo y me ha sorprendido.

Shiawase significa "felicidad", y , "camino". La narración es vivencial y clara. "Con este libro -nos dice Pler- intento compartir algunas de las lecciones de vida más positivas que he ido descubriendo en ese fascinante país a lo largo de mis lecturas y de mis viajes". Antes, explicó que nunca se ha planteado vivir en Japón, que gusta de estar sólo de visita porque así puede quedarse con su visión idealizada, "mantener el idilio, quedándome solo con lo bueno". Leí eso y recordé algunos de mis viajes. He sentido lo mismo, ese enamoramiento platónico por ciertas ciudades que visité pero en las que no vivo. Y afirma: "Puede que sea una actitud egoista, prefiero recordar los jardines zen sin tener que sufrir las jornadas laborales extenuantes, por ejemplo". 

Compro la idea: puedo aprender cosas de esa cultura que me es tan lejana (no sólo físicamente); cosas que me sirvan para mi vida aquí y ahora. Sólo he leído dos de los quince capítulos, todos con nombres en japonés, y me está gustando mucho. Me ha dado temas para pensar. Les cuento algo de los dos primeros: IKIGAI y KODAWARI.

IKIGAI significa "razón de vida", esa motivación "gracias a la que uno se levanta con energía e ilusión cada mañana". El autor nos cuenta que la primera vez que leyó esa palabra fue en una nota al pie de página de un poema japonés. "El traductor aclaraba que había tenido que traducirla por 'levantarse con ilusión por el nuevo día' y me pareció una palabra fascinante", nos confiesa. Pero luego aclara que la había entendido como sinónimo de "objetivo" o "finalidad", que es lo que nos han enseñado desde pequeños: a fijarnos metas y ceñirnos a ellas. Cualesquiera metas: un grado académico, una posición laboral, un proyecto (escribir una otra de teatro o aprender a manejar moto o a cocinar paella), lo que sea. Debes plantearte metas, nos dicen. Es una obligación, y para ello hasta inventaron el año nuevo... para hacer propósitos vacuos (los odio).

Porque, ¿qué sucede cuando los sueños no se cumplen, aunque lo intentemos muchas veces y con honestidad, dando lo mejor de nosotros? Frustración. ¿Y qué ocurre si los sueños sí se cumplen y nada cambia? Perplejidad. "Los sueños que se cumplen pueden ser muy crueles", nos advierte. ¿Entonces?

Transcribo su elocuente respuesta: "El ikigai es algo más esencial; no es un objetivo concreto que podamos alcanzar, sino un modo de vida. Aplicar nuestra mayor pasión a todo lo que hacemos, o al menos levantarnos de la cama con ganas de intentarlo. Es algo más íntimo y sutil para lo que no nos han preparado (...). ¿Qué nos llena? ¿Qué nos proporciona verdadera felicidad? La respuesta será diferente para cada persona, y no siempre la responderemos a la primera... Cuando lo encontramos, se filtra en todo lo que hacemos. Es como cuando estamos enamorados y todo nos recuerda a esa persona. Así nos olvidamos de cualquier objetivo previo y nos esforzamos por lograr la mejor versión de nosotros mismos para estar a la altura de las circunstancias. Hacerlo no es fácil porque no es lo que nos han enseñado. Nos educaron para pensar siempre en lo que lograremos con nuestro esfuerzo, y nunca nos insinuaron siquiera que el proceso pudiera disfrutarse".

El autor nos invita a proponernos como objetivo descubrir el propio ikigai y nos recomienda usar como herramienta un daruma, un amuleto japonés que sirve para alcanzar metas (ver la imagen que acompaña este escrito). Funciona así: se le pinta un ojo y se coloca en lugar visible. El daruma nos servirá como recordatorio permanente del objetivo (en eso se parece a un gatget muy simpático que me regalaron, un corrector de postura, para acostumbrarse a estar erguido y evitar problemas de espalda). Cuando alcancemos el objetivo, le pintamos el otro ojo. Fácil y práctico.

El segundo capítulo se llama KODAWARI, que significa compartir con alegría el talento en lo que sabemos que somos buenos. No por la recompensa ni por el éxito ni por alardear, sino con humildad, aunque los esfuerzos sean invisibles para los demás. Esmerarse con deleite, dar importancia a cada detalle, actuar por amor al arte. Una especilización en la que volcamos todo nuestro talento y cariño. Vale preguntarse: ¿en qué somos buenos? ¿O acaso pretendemos ser buenos en todo?

La calidad de este libro (tanto el objeto como el texto) podría ser un buen ejemplo del kodawari de su autor y de las personas que trabajaron en él.

Hay mucho que aprender. 

viernes, octubre 09, 2020

¿Ser youtuber o no ser youtuber? Esa es la cuestión...

La pandemia obligó a suspender lecciones presenciales en la Universidad. Como se pudo, se adaptó el curso a una versión virtual intensiva, y el semestre pasado impartí lecciones virtuales... por única vez. Decidí no continuar.

Reconozco que no salió tan mal a juzgar por los comentarios de mis entusiastas alumnos y alumnas, a quienes agradezco . Pero me sentía como un mal YouTuber, esos que tienen muy pocos seguidores, hablando a una cámara y leyendo preguntas o comentarios ocasionales. 

Ello me llevó a preguntarme: si fuera YouTuber, ¿de qué sería mi canal?

Jamás pensaría en eso como oficio, así como no pensé en dedicarme sólo a la música, a la literatura o a la docencia. Además, imagino que para vivir (dignamente) de YouTube se requieren miles de seguidores y un número altísimo de visitas en cada video publicado.

La verdad no sé bien cómo funciona. Veo a los creadores de contenido rogando por likes y suscripciones, y hasta te invitan a convertirte en miembro o "patreon" (un "mecenas"). No entiendo cómo funciona eso. Sé que bastaría con googlear "cómo funciona youtube" y la lista de resultados sería enorme, pero me da pereza investigar.

De regreso a la pregunta, sin dedicarse a eso como oficio (jamás lograría ganar ni un centavo con ello): si decidiese convertirme en divulgador, ¿de qué sería mi canal? 

Respuesta corta: ni idea.

Respuesta larga: debería empezar por identificar un área sobre la que tenga suficiente conocimiento para hablar con propiedad, enseñar y comentar cosas que puedan despertar interés en otros. Obviamente jamás se me ocurriría hacerlo sobre mi vida cotidiana (sin el menor interés para terceros). Ni deseo ser influencer. Supongo que me aconsejarían hacerlo sobre una temática que me guste y que conozca bien, y ese es el problema. ¿En qué tema soy experto? Repuesta única: en nada. Ni siquiera en mi profesión o especialidad académica, que por ser tan cambiante, termina por superarte. 

¿En qué temas soy aprendiz? Respuesta larga: en todos. 

Me gusta el cine y algo sé, pero jamás me atrevería a comentar y enseñar como lo hacen los amigos de los canales que sigo: Accioncine, Zepfilms, Huevos al cine, Sensacine, Elengycine, y para reír un poco, HISHE, DaniboubeTV, Te lo resumo o Agujeros de guion). 

Me gusta la música y algo sé, pero tengo una infinitésima parte del conocimiento y talento de Jaime Altozano, Pierre St. John, Paul Davids o Shauntrack. Me atrae la ciencia y la matemática y algo sé, y visito los canales de Javier Santaolalla (Date un blog), Martí Montferrer (C de Ciencia), José Luis Crespo (Quantum Fracture) o Eduardo Sáenz (Derivando), pero jamás podría hablar sobre esos temas. Me gusta el arte y algo sé (nada de técnica, sólo de historia), pero jamás como García Villarán. Otros canales que sigo son "Curiosamente", que enseña un poco de todo con una didáctica poderosa, y "Blog de lengua", para aprender los misterios de la gramática y sintaxis española.

¿Sobre libros? Quizá. La literatura da para mucho, aunque no seas especialista. Hace más de veinte años recomendaba libros en una columna quincenal en la prensa escrita llamada "Literatura Joven". Fue un proyecto hermoso que duró unos tres años y que recuerdo con cariño. Sin embargo, he visto algunos videos de "booktubers" y no me convencen . Parecen comentarios tipo "lo que acabo de leer", y no se diferencian unos de otros. Se nota que han leído poco. Hay quienes se diría que son promotores de librerías y no es que eso esté mal, pero deberían ser más transparentes. Hay quienes se dedican a leer partes de poemas o de libros, pero olvidan que no todas las personas son locutoras profesionales (ni siquiera los autores). 

Una vez escogido el tema del canal, me quedaría otro gran problema: la parte técnica. Tener los equipos necesarios para grabación, edición, postproducción, musicalización, para que los videos sean atractivos. Por más que lo pienso, no paro de dudar y mi amiga la pereza regresa y me sugiere dormir. 

Por lo pronto, intentaré seguir escribiendo acá, en mi abandonado blog, que se ha hecho viejo y perdió su brillo a fuerza de esperar. Como el pueblo blanco de la canción de Serrat.


jueves, julio 19, 2018

Sección de libros comprados y no leídos

Sí, ya lo sé. Han sido años de silencio. ¡Qué se va a hacer! Incumplo muy fácil mis propias promesas. A decir verdad, a veces he pensado que, de todos modos, nadie lee esto, salvo mis amigos y amigas, y que a ellos les puedo escribir de otro modo: un whatsapp, un email... (quisiera decir "una carta", pero tengo siglos de no mandar una escrita a mano). 

La mayoría de las veces el silencio ha sido provocado por una mezcla de ausencia de inspiración, exceso de trabajo y pereza. Ayer me acordé de este blog. Y hoy escribo algo en él.

¿Saben qué sí he seguido haciendo, en forma constante? Hacer crecer la sección de libros comprados y no leídos de mi biblioteca. Se lo decía a alguien un día de estos: estoy gastando mucha plata en libros, ¡pero qué se puede hacer! Si no los comprás, en un país como este (que con suerte traen cinco ejemplares) los perdés en cuestión de horas. Así que prefiero que descansen y esperen en los estantes de mi biblioteca que en los estantes de la biblioteca de otra persona.
 
Los libros son pacientes. Saben esperar. Saben que algún día serán leídos.

La gran mayoría ha llegado a mi colección de forma ordinaria. Es decir, una vuelta a la librería "sólo a ver... sin comprar nada", recorriendo pasillos, mirando las novedades, los libros de arte, los comics, las novelas... a ver si llegó algo de Galbrait o de Gaiman [que no tenga, ¡claro está!]; Hesse, Tolkien (gracias, don Christopher), Eco, King (siempre hay algo nuevo), la sección de cine o de música, la de filosofía, cosas curiosas y libros raros, los descuentos...
La vuelta "sólo para ver" termina usualmente en la utilización efectiva de mi tarjeta de crédito ("para eso la inventaron", señala con agudeza mi conciencia, y ella misma se responde de inmediato: "en efecto, tienes razón"). Y tiene razón.
O sea, la forma ordinaria consiste en buscar algo y encontrarlo (cosa que rara vez sucede), o bien, la pura serendipity (me gusta esa palabra) de encontrar algo sin buscar. Suele ser así. El libro se autopresenta. Dice "Psst!" y me hace un guiño. Como diciéndome "llevame contigo". Y yo: "no, tengo mucho sin leer"; y él: "no pasa nada, yo espero"
A veces nada encuentras y a veces sobran los hallazgos y falta la plata. O le entran escrúpulos a la tarjeta de crédito y te ponés a escoger. Lo cual es simplemente una falacia: a los dos días estaré comprando los que dejé sin comprar (a riesgo de que ya no estén y los pierda, por idiota).
La otra opción (poco frecuente) es que alguien te regale un libro. Me pasó un día de estos: lo recibí por correo ordinario (con estampillas y todo) de parte de mi buen amigo Danilo Bueso, desde Honduras.
Finalmente, también existe otra opción: que alguien te lo ofrezca directamente. También me pasó hace poco en el aeropuerto La Aurora, de Ciudad de Guatemala, cuando me ofrecieron un libro escrito por una escaladora local que subió el Everest. Linda edición con fotos a todo color. Encantado de aceptar la oferta y cooperar con la causa de construcción de refugios.

He estado pensando mucho en libros últimamente. La sección de libros comprados y no leídos ha crecido mucho. 

martes, septiembre 29, 2015

Unos días con Botero en Bogotá

Estuve en Bogotá unos días, para participar en un seminario. Era mi primera vez en territorio colombiano y aproveché para conocer rápidamente algo de tan gran ciudad.

Una mañana de miércoles subí el Cerro de Monserrate, al oriente de Bogotá, a 3152 msnm (más de 500 metros más alto que la capital), donde se ubica un santuario dedicado a la virgen negra sedente, la misma que encuentras en tierras catalanas. Se sube por teleférico, funicular o a pie. Ese día no había funicular, así que lógicamente pagué el boleto del teleférico. Desde su mirador se divisaba toda la ciudad. Una vista hermosa, en un día plomizo y frío (comparado con la temperatura en San José, a sólo 1300 msnm).

Luego bajamos hacia La Candelaria y pude visitar el Museo Botero. Fernando Botero es sin duda uno de los artistas más relevantes de la actualidad. Recuerdo haber aprendido mucho al escucharlo hace años en una entrevista que le hizo Andrés Oppenheimer en CNN. Pero estar frente a sus obras fue algo genial.

El Museo alberga una colección de 208 obras, 123 de Botero y 85 de otros maestros, donadas por el mismo artista. Pinturas, esculturas, dibujos, con ese estilo tan característico que es imposible no reconocerlas, estén donde estén. Los minutos pasaban sin sentir. Y de pronto, cambiando de salón, me encontré dialogando con Picasso, Monet, Dalí, Chagall, Miró, Pissarro… ¡Vaya tertulia! Era el arte, generando su impronta indeleble en el alma del espectador silente, tan sólo al observarla (aclaro que para mí, observar y mirar no son sinónimos).

De ahí, a la Plaza de Bolívar, llena de palomas y rodeada de majestuosos edificios. Y un rato lamentablemente breve en la librería del Fondo de Cultura Económica, en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en donde los bibliófilos pueden nadar a gusto y lamentar no tener suficientes divisas para llevárselo todo. Y luego el Museo de Oro del Banco de la República, con su colección de orfebrería precolombina. Pendiente quedó la visita a la Catedral de Sal de Zipaquirá y a otras de las muchas atracciones de las distintas ciudades de tierras colombianas.

Unas pocas horas bogotanas, que coincidieron con el anuncio del acuerdo de paz, fueron suficientes para experimentar no sólo la magnificencia de su arte, cultura e historia, sino también la virtud y amabilidad de los hijos e hijas de Colombia, la belleza de su capital, la delicia de su gastronomía y la sensación de su viento frío de setiembre, que hacen nacer en el visitante deseos de regresar, cuando el sino lo permita.

Colombia habla a través del arte de Botero, de los escritos de García Márquez, de su legado histórico y también, principalmente, de la hospitalidad y cordialidad de su pueblo. A Latinoamérica le conviene escuchar sus palabras.

jueves, septiembre 10, 2015

Refugiados y desplazados

La noticia publicada el día de hoy en el periódico de mi ciudad termina diciendo así: "Un total de 381.412 personas han llegado a Europa, a través del mar Mediterráneo, desde enero de este año, y 2.850 fallecieron en el trayecto o fueron dadas como desaparecidas, informó el martes el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR)".

De hecho, ACNUR calcula en casi 60 millones el número de personas alrededor del mundo que han sido forzadas a huir de sus hogares debido a la guerra o a la persecución. La guerra sigue siendo la causa principal del desplazamiento forzado en el mundo. El 55% de los refugiados proceden de cinco países: Afganistán, Somalia, Irak, Siria y Sudán del Sur. Respecto a las personas desplazadas, figuran países como Siria, pero también Colombia. Hay 10 millones de personas apátridas, es decir, que carecen de una nacionalidad, en países como Myanmar, Côte d'Iviore, República Dominicana y Tailandia, entre otros. Esto, según ACNUR, a finales de 2014.

Las noticias dan fe de la gravedad del fenómeno, ejemplificado los últimos días por la oleada de personas que buscan en la vieja Europa alguna posibilidad de subsistencia, arriesgando todo (literalmente). Un drama humano inimaginable. La Comisión Europea ha propuesto que la UE reciba 160 mil personas en total, distribuidos en cuotas por país. La propuesta ha recibido oposición de Hungría, alegando que ese éxodo masivo amenaza "las raíces cristianas de Europa". En Francia algunos diputados se pronunciaron por recibir únicamente a cristianos, mientras que la extrema derecha considera que si los clandestinos trabajan es un "escupitajo" en la cara para los desempleados franceses. Esto, según el periódico de hoy.

Por lo visto, los refugiados reciben zancadillas y patadas no sólo de las camarógrafas húngaras. Vean las noticias (no las de prensa rosa ni los deportes) y quizá concuerden conmigo en que esta es una época extremadamente violenta, en la cual los derechos de las personas y la paz de los pueblos (también un derecho) están a la baja.

Escritas en 1939, las dramáticas palabras de W. H. Auden son más actuales que nunca: es el primero de diez poemas agrupados en "Diez canciones", que algunos llaman "Blues del refugiado". Así de poderosas son las silentes palabras de los poetas:    

Digamos que hay diez millones en esta ciudad,
unos viven en mansiones, otros viven en agujeros:
con todo, no hay lugar para nosotros, querida, no hay lugar para nosotros.
Alguna vez tuvimos una patria y nos pareció justo,
mira en el atlas y ahí la encontrarás:
no podemos ir a ella ahora, querida, no podemos ir ahora.
En el cementerio del pueblo hay un árbol viejo
que al llegar la primavera florece nuevamente:
los viejos pasaportes no hacen eso, querida, los pasaportes viejos no lo hacen.
El cónsul golpeó la mesa y dijo:
“Si no hay pasaporte están oficialmente muertos”:
pero aún vivimos, querida, aún estamos vivos.
Fui a un comité; me invitaron a sentarme;
me pidieron cortésmente que volviera en un año:
pero ¿a dónde iremos hoy, querida? ¿hoy a dónde iremos?
Fui a un mitin público; el orador se puso de pie y dijo:
“Si los dejamos entrar se robarán el pan”;
hablaba de nosotros, querida, hablaba de nosotros.
Creí oír el estruendo de un trueno en el cielo;
era Hitler en Europa diciendo: “¡Deben morir!”;
nos tenía en mente, querida, nos tenía en mente.
Vi un perrito con abrigo cerrado con un alfiler,
vi una puerta abierta para que entrara el gato:
pero ellos no eran judíos alemanes, querida, ellos no eran judíos alemanes.
Bajé a la bahía y me paré junto al muelle,
vi nadar a los peces como si fuesen libres
a cinco metros de mí apenas, querida, a cinco metros de mí.
Crucé un bosque, vi a las aves en los árboles;
no tenían políticos y cantaban a placer:
no eran la raza humana, querida, no eran la raza humana.
Soñé que vi un edificio con mil pisos de altura,
mil ventanas y mil puertas;
ninguna era nuestra, querida, ninguna era nuestra.
Me detuve en la pradera entre la nieve que caía;
diez mil soldados marchaban de aquí para allá:
buscándonos a ti y a mí, querida, buscándonos a ti y a mí.


Todos los días son 20 de junio. Todos los días son el Día Mundial del Refugiado.

lunes, agosto 31, 2015

Hacia el centro de la Tierra

Corría el año 1978. Por sugerencia de mi hermano, compré en la vieja Librería Universal de la Avenida Central de mi ciudad un LP.

Pausa.

Para los que no saben qué es un LP, la expresión es la sigla de ¨long play¨ (larga duración) y se refiere a un disco de acetato o vinilo de 12 pulgadas de diámetro, grabado por ambas caras (lados A y B) que se toca a 33 y 1/3 revoluciones por minuto. Sí, en un tocadiscos de esos que tienen aguja. Sí, eso era lo que usábamos para escuchar música. Música analógica. Mucho antes de la era digital. 

Los LP y sus hermanos pequeños, los discos de 45 RPM, convivieron un tiempo con los cassettes pero fueron desplazados del mercado por los CD. Nadie los quería, las compraventas se vieron abarrotadas de acetatos, los usaron para hacer artesanías, y se convirtieron en una antigüedad; pero curiosamente, como en un movimiento de péndulo, la cosa se está revirtiendo y ahora vemos cada vez más LP en las tiendas de música. Nuevos, recién grabados, con coleccionables, aprovechando su gran tamaño. Una maravilla. Y las radios se jactan cuando ponen al aire ¨música en acetato¨, mientras en los 90's se jactaban de tenerlo todo "en digital". Así que se cumple una vez más la frase del célebre filósofo que dijo: "La vida es una tómbola". 

Fin de la pausa. Play...

Era 1978, decía, y compré por sugerencia de mi hermano un LP. No hacía mucho había comenzado mi pequeña colección de discos. Era un álbum de un compositor y tecladista británico llamado Rick Wakeman, quien hacía poco había abandonado la formación de YES, una de las bandas de rock más famosas. Su segundo álbum en solitario, grabado en vivo el 18 de enero de 1974, con su grupo, con la Orquesta Sinfónica de Londres y con el Coro de Cámara inglés. Una obra de rock sinfónico basada en la novela de Julio Verne, con narración, música instrumental y canciones. Su nombre: "Viaje al centro de la tierra" (Journey to the centre of the Earth).

Nueva pausa:

La novela de Verne me era familiar. La leí de niño y me pareció fabulosa. Aunque no logro precisar si lo hice antes o simultáneamente a la compra del LP. La memoria de largo plazo me está fallando.

Fin de la segunda pausa. Play…

A pesar de ser un niño aún me asombró lo que escuché. La música sinfónica no era desconocida para mí, de nuevo gracias a mi hermano. Él comenzó a comprar música de esa que la gente llama "clásica" unos años antes. Gracias a él conocí a Chopin, Beethoven, Bach y Mozart. Pero yo prefería el rock. Así que conocer esa curiosa mezcla (rock sinfónico inglés) fue asombroso. Los dos temas principales me parecieron majestuosos. Los vientos y cuerdas de la orquesta sonando junto con los sintetizadores de Wakeman y el coro. Tantas veces lo escuché que lo aprendí de memoria, compás por compás. Otros discos de Wakeman llegaron a casa: "The six wifes of Henry VIII", "The myths and legends of King Arthur and the knights of the Round Table" y "White Rock". Pero transportarse con la imaginación a ese teatro para viajar al centro de la tierra junto a los teclados de Wakeman fue irrepetible.

Los años pasaron, el viejo LP se perdió (lo dejé olvidado en algún cajón ajeno, que creí mío) y hace varias décadas conseguí una versión en CD, comprobando nuevamente al oírlo que lo recordaba compás por compás. Salvo las letras de la canciones: eran difíciles de entender (por la pronunciación británica).

Nueva pausa:

La vida me permitió conocer a Rick Wakeman. Vino a Costa Rica en el 2000 y se presentó en el Teatro Nacional, junto con su hijo Adam y su conjunto. Lo tuve muy cerca y fue asombroso. Bastante mayor ya, usa siempre una capa dorada como un mago Merlín, mientras ejecuta los teclados. La segunda vez que Wakeman vino al país no pude ir a verlo, y dicen que fue increíble, pero eso lo contaré otro día.

Fin de esta nueva y tremendamente inoportuna pausa. Play…

Como todas las cosas que tuve de niño me siguen gustando y son muy significativas para mi, porque -entre otras cosas- dan cuenta de mi infancia y me traen memorias de la casa de mis padres, al encontrar hace pocos días en una de tienda de música un LP del "Journey", lo compré. Aunque tenía otra portada, supuse que se trataba de una nueva edición de aquel viejo concierto que ya tenía en CD, pero qué más daba. Era un LP y eso era lo importante. Me considero fan de la música analógica y un tocadiscos (o tornamesa, como quieran) había llegado a mi sala de estar, junto con algunos LP nuevos, como Dark side of the moon; y he recuperando ocasionalmente ese rito de "sentarse a escuchar música" (pero eso lo contaré otro día). Basta de divagaciones.

Abrí el nuevo LP para descubrir que se trataba de un álbum doble, pero… qué raro; recordaba que la obra duraba cosa de 35 minutos, y eso cabe en los dos lados de un LP. La aguja cayó sobre el primer surco del lado A de primer disco y comencé a escuchar algo nuevo: una grabación de estudio. Y de inmediato, leí el enorme folleto que venía en el LP, y lo que descubrí me llenó de asombro y alegría.

Resulta que allá por 1973, luego de componer su obra, Wakeman no tuvo dinero para una grabación en estudio, de modo que optó por una grabación en vivo, en uno de los dos conciertos en enero del 74. Pero una serie de eventos desafortunados se juntaron en esa grabación: debido a problemas técnicos no todo se grabó satisfactoriamente y el proceso de edición fue una pesadilla. Además, no se podía publicar en el LP todo el material, de más 50 minutos, por lo que la obra quedó reducida a 36 minutos. Esa fue la que todos conocimos. Para colmo de males, las partituras originales se extraviaron (vaya tragedia) y no había copias. La obra se perdió completamente, lo cual impidió que se volviera a ejecutar, pese a las solicitudes del público. Así, durante décadas, la versión truncada grabada en 1974 fue la única. A pesar de eso, Wakeman y su grupo ejecutaban partes de la obra en sus conciertos.

Pero la década pasada ocurrió algo asombroso: una partitura original del director de la orquesta apareció, deteriorada por el agua y en pésimo estado. Trabajaron en ella intensamente durante años y, luego de una labor de titanes, la recobraron en su totalidad. Y así, la vida regaló a Wakeman una nueva oportunidad de presentar su obra original, de 57 minutos de duración. Una obra jamás escuchada, salvo por aquellos suertudos que estuvieron en el teatro esos días de enero de 1974. Según él mismo dice, su obra más querida.

La grabación se hizo en 2012 en Abbey Road y otros estudios de prestigio, con muchos de los que participaron en el original, un nuevo narrador y una nueva orquesta y coro. Y así, aunque creí que la sabía de memoria, ahora debo aprenderla de nuevo. Su audición me llenó de un cúmulo de buenos sentimientos y recuerdos.

La pérdida de una obra artística es, sin duda, una desgracia no sólo para su autor sino para la humanidad. Su aparición y resurrección es, sin duda, algo maravilloso que nos permite disfrutar de ella en una forma inédita. Y en mi caso, me regresa a mi infancia.

Gracias, señor Wakeman. Nos vemos al otro lado del disco.
 

lunes, octubre 22, 2012

Tiempo de respuestas

Lo que presento a continuación es el texto del breve discurso que tuve la oportunidad de preparar para el acto de graduación del Sistema de Estudios de Posgrado de la UCR, en representación de los graduandos, el viernes 19 de octubre de 2012.   


Tiempo de respuestas

Luis Ricardo Rodríguez Vargas. Estudiante Maestría en Derecho Comunitario y Derechos Humanos, Posgrado en Derecho
Discurso pronunciado en el acto de graduación - 19 de octubre de 2012

Señor Vicerrector de Acción Social de la Universidad de Costa Rica, M. Sc. Roberto Salom Echevería; señora Decana del Sistema de Estudios de Posgrado, Dra. Cecilia Díaz Oreiro; directores y directoras de los diversos programas de posgrado del Sistema de Estudios de Posgrado de la Universidad de Costa Rica; compañeros de graduación, familiares y amigos; señoras y señores:

Hoy es un día de alegría y gratitud, no sólo para los casi ciento cincuenta estudiantes que, en unos momentos, recibiremos títulos universitarios que acreditan que hemos concluido diversos programas de especialidad, maestría y doctorado, sino también para familiares y amigos, algunos de ellos aquí presentes, con quienes deseamos compartir esos sentimientos, sabiendo que, a diferencia de lo que sucede con las cosas materiales (que cuando se comparten se agotan), cuando se comparten alegrías éstas más bien se multiplican.

Felicito de corazón a los graduandos y, en ellos, a toda la comunidad universitaria. Pero no nos engañemos: alcanzar este objetivo ni es un logro puramente individual ni posee una finalidad exclusivamente personal.

Son muy pocas las cosas que un ser humano puede hacer sin ayuda de otros. Y ciertamente, obtener un grado académico no es una de ellas. Nuestras familias también han pagado una factura en tiempo, en dedicación de recursos, en paciencia y comprensión por nuestro estrés, cansancio y mal humor a finales de cada semestre.

Pero no sólo ellas. Este logro es producto de un emprendimiento colectivo de gran envergadura, iniciado hace décadas. Nuestra sociedad apostó por invertir los recursos y hacer los sacrificios que fueran necesarios para crear las condiciones requeridas para la existencia y subsistencia de una universidad pública, abierta, democrática, pagada por todos los hijos de esta patria y por otros que también viven bajo su cobijo. Obreros, campesinos, comerciantes, artesanos, maestros, empresarios, trabajadores públicos y privados, han ayudado a sostener esta universidad desde hace más de setenta años, como un proyecto generacional. Y ese esfuerzo social fue para permitirnos ingresar a ella. Sin conocernos, ellos creyeron en nosotros y nos dieron generosamente una oportunidad que muy pocos han tenido a lo largo de nuestra historia.

Para mí, es Costa Rica entera la que se congratula con esta graduación. Porque como profesionales y como personas –no lo olvidemos–, somos el resultado de un gran esfuerzo social. Por ello, creo que es nuestro deber dimensionar este momento de alegría en función de sus implicaciones sociales y éticas.

Es parte de la naturaleza humana hacer preguntas. Jostein Gaarder, en “El mundo de Sofía”, afirma que cuando éramos pequeños teníamos el permiso para hacer preguntas difíciles sin sufrir intolerancia. Los niños, dice Gaarder, siempre están haciendo preguntas, mientras que los adultos se acostumbran al mundo y dejan de preguntar. Y cuando los niños hacen preguntas los padres les mandan callar y marcharse a la cama…
Si tenemos la libertad y el deber de hacer preguntas, creo que no hay lugar más apropiado que una universidad. Aunque sean preguntas incómodas… especialmente si lo son.

Ejercitando ese derecho fundamental a hacer preguntas incómodas, que usualmente ejercito en mi labor docente en esta Universidad, deseo preguntar: ¿Qué vamos a hacer ahora con nuestro título? ¿Declararlo solamente nuestro y usarlo como instrumento para exclusivo beneficio y enriquecimiento personal? ¿Concebirlo como herramienta para lograr metas individuales, pasando si es necesario por encima de los demás, volteando la cara para ignorar el hambre, la injusticia y la pobreza? ¿O valorarlo en su dimensión social, haciéndolo rendir frutos de solidaridad que beneficien a otros?

Tenemos esa encrucijada frente a nosotros. Y lo que decidamos hacer será relevante, porque todo acto humano es causa de muchas consecuencias, unas próximas y otras remotas, como la piedra que se arroja a un lago y que va produciendo en las aguas círculos concéntricos cada vez más lejanos y cada vez menos perceptibles.

Pregunto de nuevo: ¿qué vamos a hacer con este diploma y, más aún, con la persona que, gracias a él, somos hoy?

Pienso que ha llegado el tiempo de mirar hacia nuestro país y sus necesidades esenciales, el tiempo de hacer rendir las capacidades, y el tiempo de redescubrir nuestros mejores valores: la paz en medio de un mundo convulso y violento, la solidaridad que crece entre los espinos de la indiferencia; el honestidad que no se disculpa en el mal ejemplo de los demás, la esperanza que sueña y actúa porque cree que puede hacer la diferencia.

Es tiempo de respuestas.

Respuestas trascendentes en una época en la que parece que nadie piensa ni actúa buscando el bien común; en la que el tejido social está muy lesionado, como una piel quemada por el sol. Frente a nosotros está la imperiosa necesidad de retomar las políticas públicas dirigidas a la justicia social y a la atención de los sectores más desfavorecidos; la urgente reivindicación de la ética profesional y la probidad, tanto en lo pequeño como en lo grande, tanto en los exámenes de la universidad como en el ejercicio de los altos cargos; y el ineludible deber de reafirmar los derechos fundamentales de las personas y las consecuencias de vivir en democracia.

Pero podemos decidir otra cosa: nos queda la opción de la inactividad, la excusa, el conformismo, limitarnos a quejarnos y maldecir, echarle la culpa al otro y hacer trampa cuando nadie nos vea. Y cerrar los ojos a las consecuencias sociales de nuestro actuar.

Savater nos dice que no somos libres de elegir lo que pasa pero sí libres para responder a lo que pasa, y que mientras más capacidades de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Y de ahí la importancia de nuestra preparación, no sólo académica, sino sobre todo humana y cívica, y de nuestras respuestas.

¿Qué ruta seguir? ¿Cómo no perder el camino? ¿Cómo elegir correctamente? Fidel Gamboa nos dio una pista cuando cantó: “a veces miro para atrás, pero es para saber de dónde vengo”.

Si queremos ofrecer lo mejor de lo que somos a nuestro país, a nuestro pueblo, a nuestra universidad, a nuestra empresa, es importante que recordemos nuestras raíces, que regresemos mentalmente a la casa de nuestra madre, a nuestra niñez, cuando no poseíamos riquezas ni títulos, pero teníamos todo lo que necesitábamos: el calor de un hogar, el afecto de una familia.

Actuemos con respeto hacia lo que ellos nos enseñaron.

Regresemos a lo básico y esencial, para descubrir lo que verdaderamente somos.

Y aprovechemos este día luminoso para contagiar nuestra alegría y gratitud a los que tenemos cerca. 

Gracias, Universidad de Costa Rica. No te defraudaremos. Muchas felicidades a todas y a todos.